Hace tiempo y de manera reiterada, dijimos en estas columnas que la izquierda argentina, infantil y primitiva, una vez llegada al poder no lo entregará de ninguna manera. Si se convence de antemano de que no ganará las elecciones, las esquivará con cualquier argumento, estirará su permanencia y para hacerlo, aunque sea burda, encontrará la manera de continuar con el control político y administrativo. Esta vez, además de una cuestión ideológica, sus figuras más representativas se juegan la libertad. Funcionarios desde los más altos niveles, hasta los corruptos de menor cuantía, saben que si hubiera un retorno a las normas constitucionales, les esperaría la prisión pues, como quien dice, “no hicieron las cosas bien”, dejaron huellas por todas partes y los hechos son tan escandalosos que las noticias nos llegan desde el exterior. Importantes diarios extranjeros los comentan cada vez más abiertamente y para colmo, el sistema de filtraciones llamado WikiLeaks aporta una carga de datos de tanto peso que marcan a la Argentina como nunca ha sucedido con un país razonablemente civilizado.
A esta altura de las circunstancias, el gobierno no puede ignorar el nivel de escándalo con que se siguen sus manejos políticos y desmanejos económicos, detalle que ha impuesto un rumbo secreto a determinadas negociaciones para tratar de salir del atolladero en el caso de una derrota electoral. Algo dijimos la semana pasada y lo volvemos a reiterar: Cristina se debate entre dos presiones contrarias. Una es la del compromiso virtualmente adquirido con su asesor en las sombras, el embajador Carlos Bettini, quien negocia una salida más o menos elegante antes de octubre de este año; otra es la de los ideólogos de izquierda -Zannini, Garré y Verbitsky, especialmente- quienes asistidos por su ideologismo sueñan con una movilización popular que supla la ausencia de fuerzas para romper la legalidad y poder, así, continuar en la Casa Rosada con o sin Cristina. Y éste es un factor destacado en los momentos peligrosos que se viven.
Vayamos por partes. Si Cristina se convence de que, tal como lo indican los números, no puede imponerse en la primera vuelta, sabe que perderá irremediablemente en la segunda, por lo que quiere “abrir el paraguas antes de que llueva”. Bettini se esfuerza por encontrar una salida y, tal como lo informamos, la fórmula pasa por Mauricio Macri y un candidato a vicepresidente que saldrá del Peronismo Federal, un hecho que marcaría un rumbo para el futuro. La desesperación del otro grupo llega a tal punto que ya opera al margen de la ley y también marca lo que podría ser el estilo para ese mismo futuro. El bloqueo a los dos principales matutinos gráficos, agravado por el desconocimiento de las órdenes judiciales a la Policía para que solucione el problema, es nada más que uno de los síntomas del proceso institucional que se vive. En los hechos y no sólo en este caso, puede afirmarse que la izquierda oficialista ha dado un verdadero golpe de estado que avanzó poco a poco a partir de la aplicación de leyes retroactivas, presiones de toda índole contra los jueces -especialmente los federales- la existencia de presos políticos, cuyo desempeño ingresó en el terreno de la prevaricación y lo que resulta más grave es que las explicaciones que surgen del gobierno a través de los ministros sonarían a ridículo si no contuvieran una grave dosis de irregularidades que, no por esperadas, ya superan el acostumbramiento que ha subido unos grados para pasar a convertirse en algo cada vez más insoportable.
De esta manera el gobierno se desenvuelve en medio de un grave conflicto interno que todavía no se refleja con la intensidad que merece y que aún no es interpretado con la fuerza que contiene. ¿Qué sucederá mientras se prolonga el momento de las definiciones…? ¿Podrá mantener Cristina una indefinición que explica la intensidad de sus dudas y la creciente inquietud que existe en la población, asediada por una inseguridad escandalosa…? Con la consigna de aparentar tranquilidad y confianza en el desarrollo político, la izquierda gobernante se mueve en el terreno de las apariencias. La Presidente permanece en Olivos hasta el inicio de la tarde y sólo llega a la Casa Gobierno para atender las audiencias inevitables y firmar el despacho diario que le tienen preparado y aceptar una rerereinauguración de una obra pública de menor cuantía. Lo demás lo manejan algunos ministros, cada uno por su lado y sin rumbo. Para colmo, el ministro más sereno y equilibrado, Julio De Vido, transita por un inestable estado de salud que hizo que los médicos le indicasen la necesidad de reducir su actividad en más de un cincuenta por ciento y, para colmo, soporta una carga de denuncias sobre corrupción, denuncias que subirán de tono con el correr de las semanas y lo dejarán en una encrucijada sin salida. De esta manera, el grupo de “viejos idealistas” cree que tendrá buena parte del camino allanado y aumenta sus presiones para crear situaciones de hecho que ya perfilan ese golpe de estado caracterizado por un Poder Ejecutivo virtualmente inexistente, un Poder Legislativo inactivo y un Poder Judicial del que ya hablamos lo suficiente, aunque podemos agregar que parece incapaz de avanzar con las denuncias sobre casos escandalosos como el de Jaime y otros enriquecidos que no pueden explicar su patrimonio. ¿Para qué detenernos en la curiosidad que generan las elecciones chubutenses, donde los rumores hablan de voluntades compradas y otras cosas que, aseguran, saldrán a luz dentro de poco…?
Pero también hay otros temas de notable sensibilidad. Entre ellos, por el momento lo más destacado es el caso de hipocresía que gira alrededor de la venida de Chávez al país para recibir un premio oficial a la libertad de prensa. Lo único que concuerda en este asunto es que el nombre de esa “distinción” es el de uno de los mayores asesinos seriales de la historia moderna argentina: Rodolfo Walsh, entre cuyos antecedentes podemos recordar la organización del plan de la bomba que estalló en el comedor de Coordinación Federal, que causó más de veinte muertos y decenas de heridos. La ironía hace que el homenaje se le otorgue a un Presidente que cierra canales de televisión, apresa periodistas y llega a Buenos Aires para ser atendido por un gobierno que ya vino por el Cuarto Poder: el periodismo.
Los problemas avanzan con esmero y cada vez más rápidamente. Hugo Moyano es un forúnculo -con perdón, como diría Vizcaíno Casas- que le salió a Cristina, a quien apura para que defina su candidatura y exige que coloque a un hombre suyo en la boleta de la fórmula presidencial. Si Cristina lo hace, desde ese momento tiene más que asegurada su derrota y, si no lo hace, el conflicto interno subirá unos cuantos decibeles. Es posible que los estrategas cristinistas contemplen esta posibilidad para montarse en la crisis, que se intensificará hasta lo inimaginable, pero el caso es que a la vuelta de la esquina aguardan novedades de gran importancia: el intento de colocar a la Argentina dentro de un proyecto internacional que sume a Venezuela, Ecuador, Bolivia y otros países de similar orientación, para que declamen su respaldo a Irán. Esto ya comenzó y trae aparejada otra cuestión: el profundo malestar interno generado en la comunidad judía y el consiguiente reclamo de Israel. Como si no tuviésemos dificultades, el gobierno se ha buscado otras que se recalentarán cuando se conozcan más informaciones relativas a las conexiones de determinados grupos -como el que dirige Luis D’Elía- con el terrorismo árabe y con la droga. D’Elía no es la única reserva que tratan de administrar los “viejos idealistas”, que dentro de poco deberán enfrentar nuevas dificultades internas, como es la creación de un grupo que, todavía con reserva, tienen en proceso de creación el hijo del misionero Ramón Puerta y el del célebre dirigente cegetista Saúl Ubaldini. La noticia es interesante pues el objetivo de lo que será una nueva agrupación juvenil es nada menos que quitarle espacio político a esa bolsa de trabajo que se llama La Cámpora. Digamos que, enriquecida por factores externos como fue la Guerra Fría, la historia se repite en medio de un suicidio político que nunca concluye
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