En un discurso brindado hace poco más de dos años, la Presidente de la Nación se autodefinía como "hegeliana". Habida cuenta de la precariedad intelectual que colorea a la mayoría de los analistas políticos locales, tal declamación se las arregló para, displicentemente, pasar desapercibida. Solo un puñado de filósofos de carrera tomaría nota marginal del comentario oficial, a criterio de intentar dilucidar qué tipo de autorretrato quiso confeccionar de sí misma la primera mandataria.
No es acertado apreciar que la filosofía haya perdido valor de acuerdo a la óptica del ciudadano promedio. Esta falsa percepción simplemente ignora las aplicaciones reales que los expertos en la materia puedan compartir a la hora de obsequiar un análisis de nuestra difícil realidad. Y, al menos en política, aquella ciencia se torna una herramienta fundamental para interpretar cabalmente las expresiones y pensamientos que personajes clave lanzan -aparentemente- al aire.
En su oportunidad, como si quisieran echar algo más de luz sobre la autorreferenciación hegeliana de Cristina Fernández Wilhelm, los personeros de la Señora solo consiguieron transformarlo todo en tinieblas: dejaron traslucir que ella prefería renegar de las prerrogativas "exclusivistas" o "elitistas" de la filosofía de Martin Heidegger, para aferrarse a la "inclusión" que supo proponer el pensador germano Georg Wilhelm Friedrich Hegel.
Es probable que aquellos que tenemos por hábito desmenuzar tramas hayamos exagerado sobradamente la cuestión, por cuanto uno de los nombres del filósofo alemán coincide, misteriosamente, con el apellido de Ofelia, la madre de la Presidente de la Nación. Y tal vez Cristina haya querido remitirse al juego de palabras que se deriva de tal anécdota.
Sin embargo, se permite presuponer que la viuda de Néstor Carlos Kirchner haya intentado, cuando menos -y de un modo poco inocente-, arrojarnos alguna pista, a los efectos de vislumbrar su propia visión de cómo regentear un gobierno. Sin necesidad de inmiscuírnos en cuestiones abundantemente complejas que hacen a la teoría, baste recordar que el filósofo nacido en la ciudad alemana de Stuttgart pasó a la historia merced a su propia interpretación de la dialéctica, fundamentada en los parámetros tesis, antítesis y síntesis. Lo que la ocupante del sillón de Rivadavia y los encumbrados abogados del "modelo" parecieron obviar -o, al menos, eso quisiera uno creer- es que la tan promocionada dialéctica hegeliana es hoy materia de estudio por parte de analistas políticos internacionales que ponen foco en los poco transparentes manejos que imperialismos y dictaduras han hecho de su propia propaganda a lo largo de la historia. Finalmente, la dialéctica de Hegel transita desde la abstracción "tesis-antítesis-síntesis" hacia el formato "problema-reacción-solución", entendido -con ejemplos de aplicación válida para nuestra realidad social- de la siguiente manera:
* Problema: inseguridad (actuación de "barras bravas", crecimiento de la delincuencia común e incremento de las actividades del crimen organizado)
* Reacción: reclamo ciudadano (manifestaciones, creación de ONGs, etc.)
* Solución: gerenciamiento y regulación programada de la violencia mediante el "goteo" de la misma, pero evitando atacar la esencia del problema (utilización y aprovechamiento de bandas armadas para tal o cual escenario geográfico y/o político, confiscación previamente planificada de cargamentos de drogas ilegales, captura de delincuentes comunes para sindicarlos falsamente como responsables de grandes operatorias, saturación de calles y avenidas con agentes de policía o provenientes de otras fuerzas)
A tal efecto, vaya una importante aclaración: la variable problema -en el esquema hegeliano- conlleva la construcción, alimentación y fogoneo de la misma. De tal suerte que es la propia dinámica del poder quien la manufactura y administra.
Ilustremos, pues, otro ejemplo, igualmente acorde con la realidad argentina actual:
* Problema: inflación
* Reacción: reclamo ciudadano
* Solución: monitoreo estatal de la producción y distribución de productos esenciales, implementación de políticas de "precios máximos", otorgamiento desprolijo de subsidios, aumento de cargas impositivas o penalidades pecuniarias en perjuicio de empresas e industrias -justificadas a partir de supuestos "desabastecimientos" programados por el management-
Esta concepción teórico-práctica del poder se complementa -como claramente se observa hoy- con mecanismos de propaganda que sinergizan con los objetivos de la agenda del gobierno. Propaganda sobre la que se imprimen fuertes rasgos de corte ideológico que, en virtud de su poderoso componente apelativo y emocional, opera eficientemente a la hora de señalar o "escrachar" al enemigo del "modelo" o sistema. En la ciencia de la mercadotecnia, el elemento propagandístico/publicitario vendría a cumplir con la meta de reforzar el propio "mercado" que es, en este caso, el denominado "núcleo duro" de votantes del oficialismo kirchnerista.
A posteriori se comprueba, en el terreno, una contradicción evidente entre discurso oficial y modus operandi "puertas adentro": en tanto la nomenclatura (élite o "mesa chica" del poder) se moviliza bajo una prerrogativa hegeliana y concentra el esfuerzo para obtener beneficios económicos o de cualquier otra índole, el mensaje hacia afuera coincide primariamente con otro de corte puramente marxista, en donde se propone que el "proletariado" ["trabajadores" y "luchadores sociales"] debe apropiarse de los medios de producción por la fuerza (toma de fábricas, abuso del paro y, más tarde, construcción de cooperativas y su respectivo gerenciamiento).
Más allá del poco disimulado intento por conjuntar hegelianismo y marxismo, asoma un subproducto -derivado del primero-: la necesidad de control. Discurso, propaganda y medios de comunicación afines echan mano de los peores temores de la sociedad, con el propósito, en este caso, de obtener una victoria electoral que sirva para consolidar y solidificar el programa de marras. El mensaje definitivo cobra vigor, muy a pesar de la declamación de la Presidente de la Nación en el sentido de que se impone "terminar con el enfrentamiento entre argentinos". En su óptica, ella no lo alimenta; antes bien, esa meta coincide con los objetivos de opositores políticos "golpistas", indomables industriales y ruralistas, Fuerzas Armadas y de Seguridad, el conglomerado mediático privado de corte corporativo y una porción de la ciudadanía que se atreve a expresar su descontento. En virtud de las misteriosas "coincidencias" de estos jugadores sociales a la hora de manifestarse, alza la voz el aparato de propaganda oficial, que explota aquel supuesto timing para uniformar un criterio acusatorio: son "destituyentes" y operan organizadamente.
Si bien el paradigma que se describe en el presente escrito pretende adoptar un criterio útil para un análisis global, no deja de ser cierto que sus postulados se aproximan a la realidad, cuando menos frente al caso de los subsidios a los servicios, que ya comienzan a eliminarse. Para la Señora Cristina Elisabet Fernández Wilhelm, el gas abunda y su precio final es extremadamente económico. En tal sentido se ha expresado hace cuestión de horas, al inaugurar un gasoducto en compañía del inefable presidente boliviano Evo Morales.
El problema -siempre de acuerdo a la descripción del paradigma- supo ser el encarecimiento de las tarifas del gas para domicilios particulares. La reacción coincidió con la queja de la ciudadanía. La solución inicial fue la implementación de una desordenada política de subsidios que -en opinión de expertos en el tema energético- claramente no constituye solución, sino una eternización del problema. Por estas horas (más allá de cualquier escasez de fondos que pueda plantearse como excusa desde el Gobierno Nacional), la decisión ejecutiva ha sido liquidar los subsidios para las cuentas del servicio. Raudamente -48 horas después de arribar las facturas, en pleno invierno-, la propia Presidente anuncia que el gas continúa siendo excesivamente "barato". Sentencia que no deja de ser acertada en términos absolutos, pero que termina implosionando en manos de la contundencia que surge del pauperizado poder adquisitivo de los salarios en la Argentina.
Sin sombra de duda -y de manera paulatina-, la Casa Rosada comienza a pulir el mensaje electoral que en poco tiempo más se reducirá al eslogan "Nosotros o el caos". Originado en su similar latino Ordo ab Chao y profundamente emparentado en la dialéctica hegeliana y las aplicaciones prácticas que de ella han ejecutado los referentes de una multiplicidad de dictaduras en todo el globo. Desde mucho antes del deceso de Néstor Kirchner, el "modelo" acusaba la estrategia de recurrir al desorden para sembrar caos y confundir al enemigo, operando desde las sombras para asegurar el cumplimiento de lo impuesto por la propia agenda.
El comunicador oficialista experto toma nota de esta dialéctica para comenzar a trabajar sobre la psiquis del populacho, en el sentido de explotar -a consciencia y con criterio profesional- el temor de la sociedad a un potencial estallido hiperinflacionario y el descontrol en materia de delitos y violencia urbana. Precisamente, la ideología nacionalsocialista supo echar mano del miedo porque, según se ha dicho, las emociones negativas suscitan reacciones más poderosas que las positivas. Si se analizan episodios como, por ejemplo, el ocurrido en las inmediaciones del estadio de River Plate durante el domingo 26 de junio, inevitablemente se impone preguntarse por las estrechas relaciones entre los violentos del fútbol y el Gobierno Nacional (Hinchadas Unidas Argentinas). Investigaciones más profundas remitirán inapelablemente a la connivencia observada entre los organismos de control de tenencia y portación de armas de los ciudadanos (RENAR), las cúpulas de la Policía y el elemento "garantista" remanente en la administración de justicia que reprime al fiscal y premia al abogado patrocinante de quienes disparan hacia las multitudes o de quienes trafican drogas y movilizan personajes siniestros para apoyar masivamente a candidatos en actos políticos.
Para cualesquiera de estos escenarios, la postulación del "Nosotros o el caos" remite -ya ni siquiera soterradamente- a un corolario: "Nosotros debemos ganar las elecciones porque, de lo contrario, cualquier otro aspirante logrará que todo estalle. Y la consecuencia será varias veces peor que con nuestra gente en el poder". La amenaza descubierta llegará, por último, al ciudadano promedio que se apresta a emitir su voto. Pero ya ha derribado las puertas de los opositores políticos que lograron imponerse en elecciones locales frente a aspirantes del propio gobierno: estas personas, aparentemente victoriosas en sus comicios, son notificados -de la peor manera- respecto de la conveniencia de apoyar al oficialismo. La pena será de ejecución inmediata: la asfixia financiera del distrito y la subsecuente desintegración del tejido societario en esa geografía. El mecanismo de ahorcamiento de la casi totalidad de las provincias del denominado "interior" del país ha sido el objetivo primigenio de Néstor Carlos Kirchner en vida. Una arista fundamental para garantizar la construcción del poder político a futuro. Cristina Fernández cosecha hoy esos beneficios, al tiempo que el "modelo" ha trabajado con idéntica y envidiable eficiencia para cooptar de manera clandestina a encumbrados rivales de la oposición. Tanto Fernando "Pino" Solanas como Ricardo Alfonsín -cada uno desde su espacio militante- ha apoyado políticas oficiales perjudiciales, de manera recurrente. Precisamente, la dialéctica hegeliana conlleva el control absoluto de todos los participantes del escenario, de tal suerte que -aún cuando lo disimulen- su labor se fusione con los objetivos del poder central. El Estado opera con los modos de un maquiavélico titiritero y, de tanto en tanto, se preocupa por refrendar la falsa ilusión de competencia.
Tal como ha sido programado previamente desde Balcarce 50, el espinoso tema de los subsidios protagonizará la fase inicial de la avanzada contra la psicología del ciudadano promedio. La dosificación de la violencia callejera complementará el efecto provocado por el terror a una posible escalada hiperinflacionaria, redondeando en un trabajo perfecto de demolición de la mente de los votantes. Cuando una persona se percibe atosigada por una serie inacabable de amenazas, abandona todo raciocinio y su capacidad de análisis se ve neutralizada: reacciona como lo haría un animal. O termina basándose, sencillamente, en su instinto de conservación. Aniquilar al individuo para subvertirlo psicológicamente y reducirlo a un insignificante engranaje dentro de una gigantesca maquinaria es la meta definitiva del promocionado "Cristina ya ganó". La primera mandataria -cabeza visible del cristinismo- exige y demanda reducir a las personas a autómatas que reaccionen solo como respuesta a mecanismos pavlovianos.
La Presidente de la Nación no es una mujer muy brillante, pero el estudio de su coeficiente intelectual o su mala salud deberán ceder a una preocupación mayor de parte de los analistas políticos: ella es hegeliana, y no ha invertido poco esfuerzo en promocionarlo.
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