miércoles, 6 de julio de 2011
Puro cristinismo y menos peronismo. Lealtades que ya no pesan
CFK logra relegar los récords anteriores –que le pertenecían a su difunto esposo- sobre concentración y personalización del poder y la política, alcanzando extremos difíciles de imaginarse hace apenas una década atrás. Teatralizando un cinismo digno de un perverso Maquiavelo, inauguró su campaña, que dio inicio –recién ahora nos notificamos- el pasado 27 de octubre frente al féretro del que era su “compañero de rumbo y de vida”; candor o cinismo -o ambas cosas a la vez- volviendo a aflorar sus peores costumbres y su inclinación malsana al autobombo, el desprecio por los adversarios y el abuso de las instituciones con fines bastardos y partidarios.
Sobre este accionar se volvió a sintonizar con intensidad plena la forma en que ella considera la política y el armado de la misma, convirtiendo la memoria del ex presidente, por obra de su exageración, en la de un dirigente casi con espíritu asambleísta –verdad a medias si aceptamos que aquel siempre efectuó consultas cuando debió diseñar un mapa electoral-; el tono soberbio y el uso indebido de Olivos en el anuncio de “los vices” fueron más rayas de la misma cebra, aunque el nombre de estos contenga otros y diferentes significados. Fue verdaderamente sorprendente la "ajenidad" que tuvo el peronismo todo mientras "ella", en complicidad a medias de Carlos Zannini, digitó candidaturas de legisladores en todos los distritos, y hasta la del vice de un Daniel Scioli que terminó vilipendiado, humillado y arrastrado por los pisos como si fuera un verdadero desperdicio.
El de CFK fue un asunto difícil, contra su propia postulación que fue a “todo o nada” ya que un “no” liquidaba definitivamente el kirchnerismo, entre varias opciones viables para encarar la campaña, la continuidad en el poder, e incluso para intentar prolongarla más allá de 2015 como lo imaginaran en los albores del régimen, allá por el 2003; la opción elegida reveló el verdadero modo en que encarará esto y la cuestión de su criterio decisional, que se rige por la más absoluta discrecionalidad. La selección de Amado Boudou -Ministro de Economía- resultó absolutamente individual, ya que desde hace rato ella siente dilección por éste, incluso contra la opinión que sobre este mamarracho tenía Néstor; en su presentación llegó a elevarlo al rango de “gurú”, equiparándolo a Paul Krugman o Roubini. Seguro que no por lo que hace o dice, aquí o afuera, y mucho menos por sus antecedentes políticos o académicos.
Optar por un gobernador peronista –con ansias presidenciales- suponía asumir compromisos, y creaba un posible delfín difícil de controlar, que podía incluso llegar a frenar el fortalecimiento del “peronismo antikirchnerista”, la emergencia de otra figura o la eventual y muy presente reforma constitucional para habilitar nuevas reelecciones; implicaba en esencia ceder autonomía y generarse problemas tal vez más serios que los que tuviera con los radicales K. Algún día se sabrá -porque todo llega, eventualmente, a saberse- lo que sucedió con el chaqueño Jorge Milton Capitanich Popovich, si acaso este planteó condiciones inaceptables para ella, o si “la Jefa” lo usó para dejarles en claro a los peronistas que su dedo bastaba para elevarlos, o devaluarlos, como luego quedó absolutamente clarificado.
No quedaron dudas, a la luz de lo sucedido en Córdoba, Salta y a última hora con Buenos Aires, geografías en donde -contra la opinión de todo el peronismo- Daniel Scioli dejará de ser, para convertirse en mero "delegado" del Poder Ejecutivo, pues para eso “ella” lo eligió a Mariotto, coroborando que el margen de treguas y simulaciones existentes hasta entonces daba paso a una verdad incontrastable. Pues “ella” no le guarda confianza, como tampoco se la tiene a los caciques de la CGT, ni a los barones del conurbano bonaerense, que dejaron ver en los últimos días que negocian de la misma manera y -como supo enseñar Vandor- golpean y negocian, se dividen el papel de romper y apretar desde distintos flancos, para seguir reinando por sobre el jefe de turno.
Este declarado endurecimiento transmitió varios mensajes, a saber: primero, el territorio se debe subordinar a las conveniencias del vértice; segundo, el kirchnerismo sigue autoconcibiendo como un proyecto de largo aliento con derecho a decidir sobre la orientación y destino del país y –por supuesto- del peronismo; tercero, las reglas formales de la vida interna y de la competencia interpartidaria se subordinarán totalmente a las premisas iniciales. Scioli deberá anoticiarse, si acaso no lo ha hecho ya, respecto de que la sumisión rayana con la humillación que se le exige no observa límite alguno, pues encontró en Mariotto la respuesta más contundente a su muy tibia –debe aclararse- rebeldía para pactar con el tigrense Sergio Massa, proponer a Alvarez Rodríguez o a Baldomero “Cacho” Alvarez y dar un mínimo aire a las resistencias de los alcaldes peronistas.
Boudou y Mariotto representan cabalmente, junto a los juveniles mercenarios de La Cámpora, un clásico paso de distanciamiento del peronismo, aunque esto pueda espantar unos cuantos votos; “ella” evitó a cualquier gobernador y legislador partidario a la hora de afrontar su reelección porque descree de ese sistema, mucho más que del sindicalismo. Aquí interviene otro cálculo en medio de esta estrategia principesca: la de dar prioridad a la competencia por los votantes juveniles, progresistas e independientes; prefiere beneficiar –aparentemente- al tándem Eduardo Duhalde-Mario Das Neves antes que ceder posiciones frente a Hermes Binner, Margarita Stolbizer o Ricardo Alfonsín, en tanto evalúa que estas fugas no serían, a fin de cuentas, mayores, sino porque serían verdaderamente imposibles de revertir o de compensar para mantener en pie el mentado "proyecto".
Conoce y es consciente de la permisividad de las “migraciones poselectorales” de legisladores, gobernadores y dirigentes dentro del peronismo hacia los calores del poder de turno; “traición” solíamos llamarlo durante los gloriosos años de la resistencia peronista y las luchas internas de los posteriores años setenta. Ahora les llaman “migraciones o reposicionamientos” internos. Y aquí, los ejemplos abundan desde José Pampuro, pasando por Díaz Bancalari y Aníbal Fernández, o Graciela Camaño, Daniel Scioli y hasta Carlos Reutemann, Gustavo Marconatto y tantos otros dirigentes nacionales o provinciales a las menores pero no menos bastardas de los Mussa, Toma, Fariña, Pirotta, Herrera o Villegas. Este conocimiento –por ser personalmente utilizado- la alienta a temerle menos a la dupla peronista que al posible arrastre de Alfonsín hasta dentro de las derechas abandonadas por Mauricio Macri.
Quizás, sobrestime -en el primero de los casos- el número y valor de éstas pérdidas y, en el segundo, se subestime también al “votante centrista e independiente”, dado que la elección de los vices y de esa pseudomilitancia que solamente “ella” reivindica como continuadora de aquellos jóvenes de los setenta y que, a diferencia de éstos, se forjaron en volanteadas, asambleas universitarias y obreras de alto voltaje verbal y otros duelos menos pacíficos –los de derecha y los de izquierda (conforme a los parámetros erróneos de muchos analistas y peronólogos)-, y que resultan la contracara de la práctica ahora ejercida por estos jóvenes del tercer milenio. Jóvenes premiados con puestos de elevadas remuneraciones dinerarias a partir de una supuesta lealtad, y colocados ahora en puestos clave en las listas legislativas, pero que pueden terminar por espantar no solo a los votantes peronistas sino también a votantes independientes e incluso jóvenes que no se exhiben tan desatentos a la capacidad de gestión, como se piensa equivocadamente en Olivos.
Este estilo personalista está desnudando falencias a una década de iniciado el siglo XXI. Primero, una idea de la autoridad que se desliza peligrosamente hacia el autoritarismo; segundo, un desprecio respecto de la participación del peronismo; también, la idea clara de que la “identidad” de éste no le agrada, y finalmente que el mismo kirchnerismo empieza a convertirse en tiempo pasado, pues sería la hora del autodenominado “cristinismo”. CFK pasó de alardear sobre la necesidad de un “tiempo político e institucional en la Argentina” al nuevo tiempo y -sobre todo tras la muerte de Kirchner- de un peronismo paralizado, temeroso y aplaudidor, una oposición incapaz de amalgamar alguna propuesta que combine, en forma simultánea, proyectos con liderazgos. "Ella" siguió en su matriz el modelo legado por Néstor Carlos, uno en el que el poder y la política serían la misma cosa. Algo excluyente, donde no existe la política sin aquel poder, y es con esta concepción que ella pretende encubrir la subsistencia de la crisis dirigencial. Mientras aquel reconstruía el poder, anclado en la idea que tenía al Estado como epicentro, ella parece ahora darle una nueva vuelta de tuerca, con la proyección de los jóvenes advenedizos y bien remunerados de La Cámpora al primer plano dirigencial, sin cuna peronista alguna pero poseyendo el imprescindible soporte estatal.
CFK modela un estilo de mando menos solidario que el del ex: ella se exhibe con una referencia exclusiva en el teatro montado alrededor del relato oficial. Su mayor -y única- fortaleza lo ancla todo en el “duelo”, duelo sobre el cual intenta navegar desde el pasado octubre, y que le hace presumir la fundación de otro tiempo político que lleve estampado su nombre, en detrimento de su apellido de casada.
Cristina Fernández no puede evitar leer el mundo con anteojeras, y estas le dificultan adaptarse a las condiciones en que tendrán lugar, sin espacio para la duda, en los tiempos por venir. Estos diferirán notablemente de los tiempos reinantes hasta hace apenas unas semanas. El desmadre interior de la inseguridad generalizada, la corrupción galopante en todas las áreas gubernamentales, una inflación que se come y fagocita los salarios de los que por fortuna aún conservan su puesto de trabajo, la verdadera sangría de la fuga imparable de capitales -entre otras tantas realidades-, sumadas a la salud de su “amigo” Hugo Chávez que pueden tener un efecto mortal para su propio régimen y anticipar lo que tarde o temprano afectarán a otros populismos personalistas de berretín que, inapelablemente, carecen de mecanismos de sucesión.
La Presidente Cristina Elisabet Fernández Wilhelm pretendió mostrar indiferencia ante los mecanismos que le dificultan concentrar el poder el mayor tiempo posible. Puede que le hubiere convenido "curarse en salud", ya que el destino puede depararle un súbito tránsito desde la omnipotencia hacia la total impotencia en un santiamén. Y, por cierto, a una mayoría de conciudadanos le resulta francamente desagradable e incómodo el continuar viviendo tan a merced de la suerte.
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