La cuidadosa estrategia electoral seguida por el kirchnerismo desde la muerte de su líder en octubre pasado tuvo su centro de gravedad en instalar en la sociedad el “Cristina ya ganó”. El suspenso llevado hasta el límite de la aceptación de su candidatura fue coherente, porque era una forma de menoscabar la competencia electoral, convirtiéndola en un mero trámite. El diseño de “campaña fría” es del agrado de CFK, que ya la puso en práctica en el 2007, cuando se dedicó a viajar y prácticamente no respondió a ninguna crítica en toda la campaña. Por el contrario, Néstor Kirchner se caracterizó por protagonizar “campañas calientes” como las del 2003 y el 2009, fuertemente marcadas por las polémicas que provocaban sus declaraciones. Volviendo al cristinismo, su inclinación a congelar el clima electoral coincide con la estrategia puesta en práctica por Mauricio Macri y que hoy coronará con su victoria. En forma similar a la presidente, Macri desestima el carácter agonal de la competencia electoral, habla solamente de su gestión e ignora olímpicamente lo que dicen sus adversarios.
En el escenario nacional, todos los rivales de Cristina -con excepción de Eduardo Duhalde y Elisa Carrió- están entrando de algún modo en la aceptación de la campaña fría. El caso más notorio es el de Ricardo Alfonsín, que juega todas sus cartas a que, si es el segundo más votado en las primarias del 14 de agosto, la oposición se polarizará alrededor suyo para octubre.
Una combinación peligrosa
En el campo de la consultoría política hay consenso en que las campañas frías y la baja participación en las mismas del electorado favorecen a los oficialismos, porque los votantes tienden a resignarse ante la carencia de opciones importantes y terminan optando por más de lo mismo.
Sin embargo, la estrategia elegida por el kirchnerismo presenta algunos puntos oscuros. El más importante, sin duda, es cómo jugarán las primarias del 14 de agosto en relación al “Cristina ya ganó”. El fantasma de un alto porcentaje de ausentismo es una amenaza importante para el gobierno. La batería de encuestas difundida por el oficialismo le da a la presidente un piso de 42 puntos y un techo de 46. Es decir, no menos que en el 2007. En este punto es donde la Casa Rosada corre el riesgo de resbalarse y caer en su propia trampa. En las primarias presidenciales no hay competencia, porque cada candidato presidencial se presenta con una fórmula única. Este solo hecho disminuye el interés del electorado que advertiría que se trata apenas de un trámite para cumplir con una reforma política que fue pensada para otra cosa. Si este clima de desinterés se refleja el 14 de agosto el principal perjudicado sería el kirchnerismo. La advertencia de la jueza federal Servini de Cubría acerca de que serían inhabilitados para el 23 de octubre los que no voten el 14 de agosto, desnuda la tendencia que se insinúa: mucha gente creería que lo importante es votar en la primera vuelta y podría dejar pasar la primaria.
Es así que la combinación entre campaña fría y desinterés por las primarias sin competencia podría mostrar a una presidente varios puntos por debajo del 40% necesario para que no haya segunda vuelta. De ser así, semejante resultado podría instalar serias dudas sobre la fortaleza electoral del gobierno, debilitándose CFK para la instancia decisiva de octubre. La ausencia de un resultado aplastante defraudaría también en buena medida las expectativas creadas y colocaría en una zona de riesgo el mito de la invencibilidad del kirchnerismo, que ya fue vapuleado en la provincia de Buenos Aires el 28 de junio del 2009.
A partir del caso Schoklender da la impresión de que el oficialismo empezó a percibir el peligro de continuar con piloto automático siguiendo la premisa de que ya está todo resuelto. Ahora la preocupación crece. Paradójicamente, uno de los mayores éxitos K, el haber convencido a buena parte de la sociedad de que la continuidad es la única opción, puede convertirse en un boomerang. Da la impresión de que, por otra parte, es demasiado tarde para salir de los riesgos de la campaña fría y cambiar de estrategia. Por ejemplo, saliendo de la campaña fría para alertar que “el modelo está en peligro” y que “hay que movilizarse para frenar a la oposición”. Esto sería lisa y llanamente, reconocer que las expectativas creadas nunca coincidieron con la realidad.
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