miércoles, 13 de abril de 2011

La Federal se la dejó picando a Garré y Verbitsky

Cuando Néstor Kirchner asumió la Presidencia en el 2003, la Policía Federal quedó a cargo del entonces Ministro de Justicia, Gustavo Béliz. No hubo entonces mayores cambios en la cúpula de la institución y fue confirmado al frente de la misma el comisario Giacomino, que a los ocho meses se tuvo que ir porque se negó a cumplir con una orden judicial de desalojo en una fábrica tomada. Entonces Kirchner y Béliz lo echaron y nombraron en su reemplazo al comisario Eduardo Prados, que venía de la Superintendencia de Asuntos Jurídicos y no tenía nada de calle. Pero cuando Aníbal Fernández se hizo cargo de las fuerzas de seguridad nombró a dos policías con calle, esto es, los comisarios Néstor Vallecas y Jorge Oriolo. A partir de entonces, la Federal se fue convirtiendo en una verdadera policía política, que se ocupaba de custodiar a los piquetes que interrumpían el tráfico. Todo en nombre de la política de no “criminalizar la protesta”. A partir de este desvío, la institución se fue autogobernando, multiplicándose la “recaudación” y la venta de comisarías, lo que también les dio amparo a muchos delitos. Y hasta aparecieron las zonas liberadas. Pero a medida que transcurría el tiempo, este proceso fue acompañado por el crecimiento geométrico de la inseguridad en la Capital Federal. Todo esto no es nuevo, como tampoco lo era la “valija policial” que recibía el ministro de turno y el Presidente de la República, o sea, Néstor Kirchner.

El exceso ideológico
El grave error de la plana mayor de la Policía fue descuidar la seguridad ciudadana. Es que la sociedad sabe que todas las policías padecen determinados niveles de corrupción en todos los países del mundo, aun en Nueva York o Los Angeles. Pero esas policías brindan un standard de seguridad que las legitima. En el caso argentino, Aníbal F. negaba la inseguridad y entonces la policía seguía haciendo de las suyas. Así es que los uniformados le dejaron picando la pelota en la línea del arco para que Nilda Garré y Horacio Verbitsky hicieran el gol. Empezó entonces la era de las purgas y las intervenciones directas del poder político: Garré se convirtió en la verdadera jefa de policía. Esta situación inédita cuenta con cierto consenso social facilitado por el estado de indefensión y la tolerancia cada vez menor a la corrupción policial, ante los estándares cada vez más bajos de seguridad. También jugaron un rol importante los jueces abolicionistas y los bajos sueldos del personal, generándose un panorama insostenible que al primer muerto hizo que el sistema entrara en crisis. Así fue en el Parque Indoamericano en diciembre pasado, donde hubo tres muertes y la Presidente reaccionó cediendo a León Arslanián y Horacio Verbitsky. Éstos se pusieron a la cabeza de la purga permanente, descabezando comisarios todos los días, sin lograr, obviamente, solución alguna al problema. Más todavía si tenemos en cuenta que, como consecuencia de una discapacidad ideológica, este gobierno está convencido de que los delincuentes son la víctimas y la gente inocente los victimarios, culpables sin atenuantes por no darles a aquéllos un lugar en la sociedad.

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