Schoklender, quien ya liquidó a sus padres cocainómanos que navegaban en el tráfico de armas como el embajador Martín Balza, acaba de distanciarse de Hebe de Bonafini, esa eterna raviolera culposa por problemas que no sólo son de dinero -la Asociación está en default- sino por el inconveniente mucho más concreto de la droga, que estalló cuando la policía federal indagó secretamente los problemas relacionados con la toma del parque Indoamericano y allí -pese a Nilda Garré- descubrió el tráfico de droga que funciona como el segundo pulmón clandestino del gobierno -la ANSES es el primero- para amortiguar los problemas de una economía heterodoxa que no logra controlar a sus propios funcionarios.
Por el contrario, los feudaliza y autoriza a consumar un permanente derecho de pernada sobre un Estado inteligentemente fragmentado para uso propio.
Schoklender es una víctima y a la vez un personaje desagradable, pero mucho más desagradable es la señora de Bonafini, única figura de la política argentina que no sólo es una antisemita militante, sino que aplaudió la masacre de las Torres Gemelas en Nueva York consumada por Bin Laden y sus amigos.
La muerte política de la señora Bonafini se produce como una metáfora griega en el día de la Patria argentina, en una curiosa operación de pinzas en la cual la vieja Patria cierra sus rencores sobre el parricida y la filicida ideológica a la vez, consolidando la certeza altiva de que el fenómeno trasgresor y edipiano sólo puede ser vengado por la muerte y la desfiguración y, en resumen, la inanidad.
Edipo se arrancó los ojos para no mirar y la sociedad argentina ha mirado con los ojos bien cerrados demasiado tiempo, en un simulacro de ceguera que ya es simplemente insostenible.
La relación psicótica de estos dos parricidas y filicidas que se complementan en la subsistencia de crímenes tolerados y legitimados por una sociedad culposa y cobarde dibuja un campo de batalla que no es para nada favorable al gobierno en una coyuntura electoral todavía de final incierto.
Hasta ahora la Argentina toleraba a estos criminales metafísicos o concretos en función de los éxitos económicos de un social fascismo lo suficientemente ágrafo y tacticista como reacomodarse en un perverso punto de unión en el cual se encontraban ora con el liberalismo -Boudou fue el experimento- ora con el progresismo o con los Karsten, que acompañan al gobierno por problemas de simple aceptación social y un ligero snobismo.
Esta filosofía de la historia feimaniana siempre inspirada en la infancia de un jefe sartreana, ingenuamente progresista pese a todo, acaba de chocar con el hacha sangrienta de la realidad.
Esa realidad que incluye parricidio, filicidio, un culto pagano de los muertos, un castigo a los hombres que sólo acompañaron al Estado y que a la vez los hace consumirse en la exaltación de los muertos de un solo bando de forma perenne y falsificada.
Lo retrospectivo empieza a darse vuelta y, si partíamos de la base de negar la universalidad de los Derechos Humanos para los opresores o activistas del terrorismo de Estado, ahora la prueba por la reversa kelseniana y el juego del revés, como en una cancha de tenis, que exige contragolpes cortos, es absolutamente apropiado en esta historia e implica que el pacto jurídico argentino debe cumplirse en su totalidad.
Que los presuntos asesinos del ayer, como Horacio Verbitsky y los autodeclarados asesinos jacobinos como Eduardo Firmenich, no pueden alegremente autoamnistiarse como lo han hecho y que los larvados conatos de la guerra civil argentina comienzan a invertirse tensamente buscando, sin embargo, cierto equilibrio dentro de una naturaleza razonablemente imperfecta es exactamente lo que viene en la arena cultural.
La ausencia de la Ley o su interpretación sesgada es lo que permite la psicosis social que el país vive.
Esta noticia aparentemente apolítica y esencialmente política de la confrontación entre Schoklender y Bonafini es una casualidad esencialmente política que sólo pueden ignorar aquellos políticos que gocen de una asignación mensual por capacidades diferentes.
Hannibal Lecter se aproxima con su sonrisa inclemente a las fechas electorales argentinas.
LOS HECHOS
El apoderado de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Sergio Schoklender, se distanció de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, comandada por Hebe de Bonafini, “por diferencias en el manejo financiero”.
“Ya sé por qué me llaman. Pero yo no voy a hablar de eso. No voy a hablar de puteríos. ¿Por qué no hacen notas de lo que hacemos las Madres en vez de hacer puterío?” Ésa fue toda la respuesta que la titular de la entidad, en declaraciones al sitio Infobae.
Quince días atrás, el ahora ex apoderado de la fundación se había peleado a golpes de puño con su hermano Pablo, quien trabaja en la editorial de la entidad, en las puertas de la sede ubicada en Hipólito Yrigoyen al 1500 en la Capital Federal. El motivo de la discusión, según detallaron fuentes de la Casa de las Madres, fue el manejo financiero que tenía a su cargo Sergio.
“No se fue, lo echó ella”, arriesgó una fuente de la Universidad de la entidad, al diario Clarín. Y agregó: “Sergio manejaba todo, desde las construcciones hasta el manejo de los fondos”.
El otrora apoderado se encontraría fuera del país ofreciendo con su empresa el sistema de construcción de casas desarrollado por la fundación en Rusia y Venezuela.
Sergio Schoklender fue juzgado y condenado a prisión perpetua en 1985 por el asesinato de sus padres, Mauricio Schoklender y Cristina Silva, el 30 de mayo de 1981. Si bien en un principio Pablo había sido absuelto, la Cámara de Apelaciones luego lo halló culpable y le otorgó la misma pena que a su hermano.
Tras pasar 14 años preso, se le concedió a Sergio la libertad condicional, debido a que los años que pasó encarcelado fueron computados como dobles gracias a la ley que concede este beneficio para quienes no cuentan con una condena firme. En tanto, en el 2001 la Justicia le otorgó salidas transitorias a Pablo, quien consiguió un trabajo en la Fundación de las Madres de Plaza de Mayo gracias a su hermano.
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