La primera mandataria dejará de ser la viuda, para convertirse en la cabecilla y arquitecta principal de una conspiración gigantesca que ha conjuntado a organizaciones sociales y de supuestos "derechos humanos" para saquear y pillar los ahorros y los impuestos de cuarenta millones de personas. Cristina será la primer responsable de las decenas de miles de muertos de una política de seguridad que premia a delincuentes y funcionarios corruptos y que aplica todo el peso de la ley al ciudadano de trabajo, honesto y de bien. De la noche a la mañana, la Jefe de Estado mutará en la exclusiva promotora de las órdenes emitidas a funcionarios de segunda línea para convertir al Ministerio de Planificación Federal, el Banco Central de la República Argentina, la ANSES y AFIP en apéndices burocráticos cuya única meta ha sido servir a los intereses de la caja oficial, con la venia y buenos oficios de la Corte Suprema de Justicia que encarnan displicente y obedientemente Eugenio Zaffaroni y Carmen Argibay. Será Cristina Fernández Wilhelm la primer responsable política del crecimiento exponencial del tráfico de drogas y el imperio del lavado de dinero y el juego. Será ella la principal protectora de siniestros personajes locales que reciben dinero del chavismo y que hacen favores para el terrorismo internacional. Y -vale destacar- el párrafo precedente solo incorpora pequeños ejemplos y "muestras gratis" de los dolores de cabeza a que se hará acreedora. Porque existe mucho más bajo la proverbial punta del iceberg.
Finalmente, y con comodidad, cualquier analista político bien entrenado llegará a la conclusión de que Cristina ha optado por abandonar el luto para reconocerse ante la ciudadanía y sus rivales en la puja electoral como la madrina y cómplice de los grandes males argentinos de los últimos ocho años. Cuando las horas sean finales, de poco le serviría convertir a su difunto marido en el depositario de la metástasis de corrupción, porque ya todo mundo lo habrá olvidado definitivamente.
La actual Presidente de la Nación no exhibe una mente brillante, ni es una gran hacedora política. Desconoce el funcionamiento más elemental de los complicados mecanismos del arte de lo posible, e improvisa torpemente sobre la marcha. Las virtudes que se le atribuyen -el gerenciamiento de la intriga y la implementación de maniobras de corte distractivo- no son tales, pues cualquiera puede emularlas. La enumeración de sus desinteligencias no son casuales en este segmento del escrito. Sirven para ilustrar que, ni bien el negro destino del FPV esté sellado, los ministros que hoy la adulan no tendrán empacho en señalarla con el dedo. Valga la ironía: en ese momento, cobrará forma una suerte de renovada "obediencia debida", que será lícita para cualquiera que desee salvar la propia ropa.
Cristina Elisabet Fernández Wilhelm no solo arriesga la derrota en la gran batalla de octubre: compromete su libertad de cara al futuro. No es difícil prever que su estado de ánimo y su salud se quebrarán como un frágil cabello, apenas salgan a la luz los grandes episodios de corruptela de los que aún ni la prensa ni la oposición se han enterado.
No obstante, se impone un reconocimiento para la Señora, y tiene que ver con su envidiable habilidad para hacer las veces de "perro del hortelano". Aquel que, de acuerdo a la vieja expresión, "no vive ni deja vivir". Para notificarse sobre esta virtud presidencial, es válido tomar nota de la inocultable furia de Daniel Scioli -Gobernador de Buenos Aires- en ocasión del discurso relativo a la candidatura de la viuda. Al parecer, el ex motonauta -o el "Hombre del Scalextric", para sus detractores- fue informado dos semanas atrás por un confidente que Cristina rehusaría presentarse nuevamente, y que se había decidido por "pasarle la posta" al esposo de Karina Rabollini. A la luz de los hechos, no solo no ha sido así, sino que ahora se sabe que, si acaso la Presidente tuviera planeado abandonar todo intento sobre la recta final de octubre (alegando razones de salud o las que fueren), en ese momento no quedará tiempo para nadie que pretenda promocionarse como candidato presidencial de apuro. Daniel Scioli no podrá sucederla, ni ahora ni en 2015. Pues el plan cristinista contempla -al menos, desde la teoría- imponer las manos a algún joven referente que se perfile con chances de continuarla.
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