miércoles, 1 de junio de 2011

El ciclo K y las elecciones del 2011


En un artículo difundido el 24 de mayo analizamos los resultados de las elecciones internas abiertas y obligatorias que se hicieron en Santa Fe y el 27 de mayo expusimos un pronóstico sobre el posible resultado de los comicios presidenciales del 23 de octubre, anticipando que en ellos Cristina Fernández de Kirchner (CFK) puede reunir entre el 30 y el 35% de los votos y debería competir en segunda vuelta con Eduardo Duhalde o Ricardo Alfonsín, cada uno de los cuales podrían sumar entre el 20 y el 25% de los sufragios. Ahora presentamos algunas ideas acerca del ciclo de ocho años de gobiernos kirchneristas, sobre todo de cara a las elecciones presidenciales de este año. En una próxima nota abordaremos nuestra visión sobre las fortalezas y las debilidades de la oposición.
Medidos con rigor, los votantes que hoy avalan la reelección de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y la continuidad de las políticas del gobierno suman entre el 30 y el 35% del electorado, equivalentes a entre 6,6 y 7,7 millones de mujeres y hombres de nuestro pueblo, por quienes tenemos un profundo y sincero respeto.
Aunque esos guarismos realistas desmienten el triunfalismo rampante de los voceros oficialistas que quieren hacer creer que ya ganaron las elecciones de octubre, se debe admitir que CFK reúna ese nivel de votos después de ocho años de gobiernos kirchneristas, no es un dato menor.
Por caso, Raúl Alfonsín que en 1983 había alcanzado la Presidencia con una sólida mayoría electoral, perdió las elecciones legislativas y provinciales de 1987 y a partir de entonces ingresó en un proceso de pérdida de consenso que llevó a que en 1989 tuviera que renunciar al gobierno, cuando faltaban seis meses para que terminara su mandato.
A su vez, Carlos Menem, que había ganado con claridad las elecciones de 1989 y fue reelecto por una mayoría aún más amplia en 1995, tras ocho años en la Presidencia perdió los comicios legislativos de 1997 e inició un ciclo descendente en su nivel de consenso político y social.
Y Fernando De la Rúa, apenas dos años después de su sólida victoria en las elecciones presidenciales de 1999, perdió las legislativas y abandonó el gobierno en el 2001, en medio de una crisis de hondura casi terminal.
Habiendo reconocido el mérito que implica tener el caudal electoral que tiene la actual presidente, vamos a tratar de entender quiénes son y que les lleva a tener esa intención de voto a esos millones compatriotas, con algunas pinceladas gruesas que esbozan una interpretación del ciclo de los gobiernos kirchneristas y de sus afinidades y conflictos con la sociedad argentina, en vistas a las próximas elecciones.
Intereses y Opinión en la Decisión Electoral
Partimos en el análisis de discernir entre el interés y la opinión, pulsiones diferentes aunque puedan converger al ser tomada la decisión acerca de a quién votar, sobre la que también pueden incidir la identidad política o ideológica del elector y la influencia que el medio familiar y/o social pueda ejercer sobre el votante.
La toma de decisión de los votantes se basa sobre todo en los intereses cuando la resolución se funda en considerar el efecto que puedan tener las medidas que adopten los candidatos sobre la situación relativa (en especial su posición económico-social y de poder) del elector en cuestión y su círculo de pertenencia.
Prevalece la opinión si la toma de decisión de voto se funda en la valoración subjetiva respecto de la afinidad que se percibe en los candidatos y las corrientes políticas que los apoyan con la cosmovisión (weltanschauung) más o menos articulada del elector y esa opinión se compone con muchos y diversos elementos culturales.
Puede decirse que quien decide su voto conforme a sus intereses tiene -o cree tener- una postura en la que prima la objetividad y no es fácil que la modifique, en tanto que, quien decide su voto en base a su opinión aparece más cargado de subjetividad y puede ser más volátil.
No es fácil ponderar el peso relativo de cada una de estas pulsiones y/o de sus diversas combinatorias posibles en la decisión que adoptan en cada caso los integrantes de los diversos grupos sociales, económicos y políticos que componen el electorado, pero es posible percibir dos tendencias generales.
Por un lado, es perceptible que en el voto en las elecciones legislativas de medio término suele pesar más la opinión que los intereses, mientras que en los comicios presidenciales suele darse la situación inversa. En el caso argentino esa tendencia puede deberse a la percepción -en buena medida ajustada a la realidad- del desequilibrio que hay entre las fuertes potestades del Ejecutivo y las débiles del Legislativo, al menos en términos del peso y los efectos sobre la vida cotidiana de las personas que tienen las disposiciones que se adoptan en uno y otro poder.
Por otra parte es dable constatar que en los sectores superiores e inferiores del espectro económico-social, a la hora de votar, suelen prevalecer los intereses sobre la opinión, comportamiento que tiende a invertirse en las clases medias. (1)
Puede ser que una de las causas de ese modo de decidir el voto en la clase media urbana derive del hecho que ese segmento tiende a adoptar comportamientos político-electorales que evocan a la “donna” del aria de Rigoletto, de la que se dice que “é mobile qual piuma al vento”.
Por ejemplo, muchos de los mismos votantes de clase media que en 1989 y 1995 eligieron a Menem en 1999 votaron por la Alianza y desde entonces a hoy pasaron a execrar a la “década del ‘90” y al “menemismo”,atribuyéndole la culpa de casi todos los males argentinos, aunque entre 1989 y 1997 ellos mismos habían adherido a lo hecho por Menem en ese período.
A su vez, si las franjas más altas y más bajas de la pirámide socioeconómica tienden a decidir a quién votar atendiendo con mucha más intensidad y rigor a sus intereses que a sus opiniones, ello puede deberse a que tanto los más ricos como los más pobres tienen mucho que perder con el resultado de las elecciones: unos la bolsa y otros la vida.
En una primera aproximación, puede adelantarse que en la decisión de voto de ese 30 al 35% de los electores que siguen adhiriendo al kirchnerismo es perceptible una combinación entre intereses y opinión que, en líneas generales, se corresponde con las pautas que acabamos de exponer, ya que el interés inspira al voto que CFK mantiene entre segmentos de las porciones más altas y más bajas de la pirámide socioeconómica, así como entre los trabajadores con un empleo estable y en blanco (quienes, conforme a sus ingresos, forman parte de la clase media), en tanto que la opinión tiene fuerte incidencia en el apoyo electoral que recibe de la clase media, considerada como categoría cultural, más que económica.
El Proceso de Construcción del Poder Kirchnerista
Néstor Kirchner (NK) estaba dotado en alto grado del talento propio del usurero (2), que sabe sacar provecho de las debilidades y de las fallas de sus deudores y sobre los cuales suele ejercer un dominio despótico, que va más allá del rédito económico que obtiene en la relación.
A diferencia del banquero que quiere cobrar el crédito en los términos pactados y no ejecutar las garantías del préstamo, el usurero no sólo percibe intereses desmedidos por lo que otorga, sino que además suele someter a su deudor a un trato vejatorio e indigno y hasta busca quedarse con el bien prendado como garantía.
Desde esta óptica, hace años publicamos un artículo al que titulamos “Ni peronistas, ni montoneros; los Kirchner son usureros”.
Lo cierto es que, desde el 2003 y hasta su muerte, NK supo construir un fuerte poder personal centralizado, usando en su beneficio, entre otros, a los siguientes factores:
• la conducta veleidosa e ideologizada de la clase media urbana, que modela en gran medida a la cultura de la opinión pública argentina,
• el instinto de conservación de la neo-oligarquía formada por buena parte de la clase política vernácula,
• la codicia de sectores beneficiarios del régimen rentístico y prebendarlo propio del “capitalismo de amigos”, que se expandió y consolidó en los últimos ocho años,
• la mejora del nivel de empleo y el salario real de los trabajadores formalizados,
• los subsidios que, siendo un derecho, se otorgan como dádiva oficial a personas y familias en situación de pobreza e indigencia quienes, aunque aumentaron en número, pudieron al menos sobrevivir, aunque en condiciones indignas.
Hay que reconocer que en el 2003 NK partió de una posición de debilidad relativa por haber accedido a la Presidencia con apenas el 22% de los votos, con lo quedó en el segundo lugar, detrás del 25% que había obtenido Menem. No fue ese, en cambio, el punto de partida de quienes lo precedieron en el cargo desde 1983, ya que Alfonsín, Menem y De la Rúa, al inicio de sus respectivos mandatos presidenciales, contaban con el respaldo de netas mayorías electorales.
A partir de esa debilidad relativa de inicio, NK recurrió a varios instrumentos para acumular poder y ganar consenso, desplegando relatos -por usar un término del gusto de la actual Presidente- y políticas en torno de los siguientes ejes:
• Hacer un uso político amoral de una visión sesgada de los derechos humanos y la guerra civil larvada que padeció la Argentina en la década de 1970, en el que llegó a falsear su pasado y el de su esposa, inventando cárceles y persecuciones que ninguno de los dos tuvieron que padecer en la realidad.
• Demonizar a Menem y a la década de 1990, al FMI y a los“capitales concentrados”, al “neoliberalismo” y el consenso de Washington y atribuir la mayoría de nuestros problemas económicos y sociales a la maléfica conspiración de esos factores contra el interés “nacional y popular” de los argentinos.
• Expandir en forma exponencial los recursos disponibles por la cúpula del Estado nacional -ante todo económicos- y manejarlos en forma arbitraria, mediante un sistema rígido, centralizado, no sujeto a la auditoría de los poderes Legislativo y Judicial y cuyo control real mantuvo para sí y para un reducido círculo de poder, sobre el que ejercía una tutela total de rigor implacable.
• Promover un régimen económico rentístico y prebendario -el llamado “capitalismo de amigos”- en el cual lo que determina quién gana y quién pierde son la cantidad y calidad de los vínculos de los actores económicos con quienes controlan el gobierno, así como su sumisión a los diktat impuestos por la cúpula gobernante.
• Cubrir con subsidios a gran parte de la oferta de bienes y servicios públicos (viviendas, transportes, energía, etc.) y así mantener artificialmente deprimidos los precios y tarifas de esos bienes y servicios, lo que puede ser un beneficio justificado para sectores sociales carecientes, pero no para todos los usuarios y que son fuente de corrupción y gigantescas ganancias para muchas de las empresas que son las que perciben esos subsidios.
• Distribuir como dádiva del gobierno recursos que ayudan a sobrevivir a pobres e indigentes a través de programas de asistencia, cuyos fondos deberían ser percibidos por los beneficiarios en forma directa y como un derecho.
• Imponer lazos de sumisión y complicidad con muchos de los ocupantes de las cúpulas de los centros de poder institucional (gobernadores, intendentes, legisladores, jueces, fiscales, militares, policías, funcionarios públicos, etc.), económico (grandes empresarios), social (sindicatos) y cultural (medios de comunicación, intelectuales, círculos académicos), a quienes NK les impuso someterse a sus decisiones y las de su círculo áulico, a cambio de lo cual se les otorgan concesiones económicas y/o reciben protección de tipo mafioso.
• Hacer un uso abusivo y discrecional de los recursos públicos para, entre otras cosas, financiar intensas campañas de publicidad y propaganda que difunden una imagen de la realidad tan falseada como las cifras del intervenido INDEC en procura de permear por saturación a la opinión pública.
• Imponer a las fuerzas policiales y de seguridad la adopción de una actitud de tolerancia cómplice con los protagonistas de cortes, piquetes y otras transgresiones y anomalías, sobre todo cuando las protagonizaban grupos afines al gobierno, con lo que se dejaban incumplidos el derecho y deber del Estado de asegurar el orden público, si fuera necesario apelando a un uso razonable de la fuerza.
Es evidente que ninguno de esos relatos podían haberse desplegado y esos instrumentos no se hubieran podido aplicar con éxito si no se hubiera contado con el impulso del fuerte “viento de cola” expresado en los formidables ingresos generados por el alza extraordinaria de la demanda y los precios internacionales de algunos de nuestros bienes transables, en especial la soja y los automóviles que colocamos en Brasil, que redituaron grandes ganancias a algunos sectores, de las que una porción importante fue apropiada por el Estado y utilizada para consolidar el régimen kirchnerista de poder.
Mediante un uso tan inescrupuloso como hábil de los fondos obtenidos de ese intenso impulso externo favorable, NK construyó un poder y supo conseguir apoyos que condujeron al resultado de los comicios de 2007, cuando Cristina Fernández de Kirchner (CFK), su esposa y alter ego político, aseguró la continuidad de la gestión K por otro cuatrienio al ser electa con el 45% de los votos y una ventaja de 22 puntos porcentuales sobre la segunda candidata más votada, que fue Elisa Carrió, de la Coalición Cívica.
Por lo demás, esos relatos y políticas desplegados por NK encontraron audiencias especialmente favorables en ciertos sectores que pasaron a respaldar al gobierno, entre los que destacan los siguientes:
a) Muchos componentes de las cúpulas políticas que fueron beneficiadas por la gestión del kirchnerismo en cuanto les permitió mantenerse en sus espacios de poder en los que conservan cierto control sobre el voto en sus territorios y a superar la amenaza que representaba el “que se vayan todos”,que se coreaba en las calles de nuestras ciudades en la crisis del 2001.
b) Ciertos segmentos del “progresismo”, sobre todo de la clase media urbana, que obtuvieron del gobierno K una revancha inesperada y gratuita de la derrota política que habían sufrido en las décadas de 1970 y 1980.
c) Algunas conducciones de organizaciones del movimiento obrero -el caso emblemático es el camionero Hugo Moyano- cuyos representados obtuvieron sustanciales aumentos salariales merced a ser actores de cadenas beneficiarias del llamado “viento de cola” y que recibieron ventajas y subsidios derivados de su adhesión al kirchnerismo.
d) Buena parte de los sectores sociales excluidos y más empobrecidos, que en los ocho años de gobierno K no perdieron la situación que habían obtenido durante el gobierno provisional que presidió Eduardo Duhalde, que los había sacado del riesgo cierto de vida en el que estuvieron sumidos en la crisis del 2001, cuya situación nos recuerda el argumento de José Rodríguez, secretario general del SMATA, cuando explicaba que el cordobazo haya sido protagonizado por obreros que en 1969 tenían salarios que eran de los más altos del país, diciendo que “no pueden resistir quienes deben ocuparse de sobrevivir”.
e) Los grupos empresarios que en los ocho años de gobierno K lograron hacer una cuantiosa toma de ganancias, aprovechando las ventajas de mantener vínculos privilegiados y cómplices con el gobierno en el marco del sistema rentístico y prebendarlo o, si se prefiere, ser los “amigos”del “capitalismo” sui generis al que en el universo K se designa con el título pomposo de “modelo de crecimiento de base diversificada con inclusión social”,términos de los cuales el único que tiene correlación con la realidad es el “crecimiento”,resultado logrado más a pesar de los K que por ellos.
Apalancada en esos sectores, la campaña electoral del 2007 de la fórmula del Frente para la Victoria que integraban Cristina Fernández de Kirchner y Julio Cleto Cobos tuvo una de sus consignas principales en la propuesta de “continuidad y cambio”, aunque a poco de la asunción de CFK se vio que el nuevo ciclo kirchnerista iba a ser todo de “continuidad” y nada de “cambio”.
Vale evocar que la luna de miel entre la nueva presidente y la sociedad fue efímero y que estalló cuando Martín Lousteau, ahora galán del mundo del espectáculo y por entonces ministro de Economía, diseñó e intentó poner en marcha la Resolución 125, que imponía un fuerte aumento de las retenciones a las exportaciones agropecuarias.
Es sabido que esa medida -frenada en el Senado por el voto “no positivo” del vicepresidente Cobos, que en cierta medida hizo recordar la renuncia de Chacho Álvarez a la Vicepresidencia de De la Rúa- detonó en 2008 el alzamiento de la Argentina interior, lo que se agravó el efecto de la piña que el obispo homónimo había aplicado al kirchnerismo, cundo logró que el pueblo misionero lo acompañara con su voto mayoritario contra la posibilidad de reelección del gobernador Rovira, que había sido apoyada con tono abierto y enfático por NK y CFK.
Ese proceso de descenso del consenso kirchnerista se verificó en las elecciones legislativas del 2009, en las que el FpV fue derrotado en el orden nacional por la Coalición Cívica que lo relegó al segundo lugar, donde el 70% de los votos fueron contrarios al gobierno y en las que la fórmula bonaerense que tenía de primer candidato a NK y de segundo a Daniel Scioli fue vencida por la lista del peronismo no K de Unión Pro Federal, que encabezaba Francisco de Narváez.
Desde mayo del 2010, los voceros K buscaban disimular su deterioro recurriendo a argumentos sofísticos con los que pretendía trocar a la masiva participación popular en los festejos del Bicentenario del 25 de mayo de 1810 en una muestra de apoyo al gobierno, cuando el 27 de octubre de 2010 acaeció la sorpresiva muerte de NK.
El deceso tuvo el efecto paradójico y aparente de frenar el ciclo descendente del consenso social hacia el kirchnerismo, sobre todo merced a la extendida conmiseración popular hacia la viudez de la presidente, aunque ese efecto se exageró en sus alcances político-electorales por parte de lo que Jorge Asís tuvo el acierto de designar como “Frente Encuestológico de la Victoria”.
No obstante, como quedó dicho más arriba y se explica en nuestro artículo Medido con Realismo, el Voto K Ronda el 30% del 27 de mayo acerca de los comicios presidenciales de octubre próximo, el análisis de las cifras de las elecciones más recientes desmiente los pronósticos triunfalistas del oficialismo y anticipan que hoy, lo más probable, es que CFK deba tener que competir en segunda vuelta con Eduardo Duhalde o Ricardo Alfonsín.
A CFK se le presenta un escenario en el que debe obrar sin NK e incluye, entre otros, los siguientes componentes:
• Persistente estímulo oficial del consumismo interno (en especial de la clase media hacia arriba) y de los subsidios que mantienen deprimidas las tarifas de los servicios públicos, sobre todo en centros urbanos con mayor cantidad de votantes; lo que crea cierto clima de aparente bonanza económica al que la creciente inflación todavía no llega a opacar, sobre todo en una opinión pública más proclive al consumismo intrascendente que al ahorro previsor o a atender las fundadas críticas que pueden hacerse y se hacen a la insustentabilidad de esa política.
• Un clima preelectoral semejante al de 1999, cuando buena parte de la opinión pública quería que siguiera la convertibilidad y también que terminara el “menemismo”, habiendo sido ese uno de los motivos del masivo voto a la Alianza que prometía mantener la convertibilidad (recordar a Fernando De la Rúa diciendo “un peso, un dólar”), añadiéndole las formas más prolijas de los radicales y el agregado “progresista” de Carlos “Chacho” Álvarez y Graciela Fernández Meijide.
• El temor de los sectores más humildes a que un cambio de gobierno les haga perder los menguados recursos que son un derecho y el kirchnerismo gobernante reparte cómo dádiva, con los que al menos pueden sobrevivir. Temor comprensible al que no estamos dispuestos a criticar apelando al tono engolado del discurso “republicano” que suele censurar a los pobres, desde la cómoda situación de quienes ignoran lo que significa carecer hasta de lo más elemental para vivir con dignidad.
• Subsistencia en la cultura social, sobre todo en segmentos de la clase media urbana, de la adhesión a ciertos paradigmas “setentistas”seudo progresistas que enarbola el gobierno y tienen un atraso de décadas respecto de la evolución histórica.
• Un abrumador despliegue de publicidad y propaganda gubernamental, sobre todo en medios y espacios de fuerte penetración popular como la transmisión televisiva de los torneos de fútbol.
• Una ampliación del número de partidarios kirchneristas, quienes parecen haber acentuado su adhesión y actitud “militante” a partir de la muerte de NK, con cuya figura se busca construir e instalar una imagen mítica y ocupar con ella el vacío de figuras heroicas que signa al presente argentino, siendo que esos prototipos son un componente útil y necesario en la construcción de la identidad, en especial de los jóvenes.
• El respaldo que, por necesidad o convicción, siguen dando a la candidatura de CFK gobernadores, intendentes, dirigentes y estructuras provinciales y locales del Partido Justicialista que, en algunos casos y por buenas o malas razones, siguen teniendo un alto grado de fuerza electoral.
• La alianza con el kirchnerismo de otros intendentes, dirigentes, estructuras provinciales y locales y personalidades no justicialistas que, en ciertos casos tienen un neto predominio electoral en sus territorios (vgr. el gobernador Gerardo Zamora de Santiago del Estero) o bien aportan votos o influencia (vgr. listas colectoras, organizaciones de piqueteros, Horacio Verbitsky o Estela de Carlotto).
• Un manejo discrecional y arbitrario de los enormes recursos de los que disponen diversos organismos del Estado nacional (desde el ANSSES a la AFIP, del Banco de la Nación Argentina a la SIDE, del INDEC al PAMI, por sólo mencionar algunos casos) para ganar apoyos y/o doblegar resistencias en vistas a la continuidad electoral del oficialismo.
Diremos que entre quienes nos resistimos a integrar el coro de obsecuentes aduladores del kirchnerismo, hay quienes obran así porque quieren hacerlo y tienen condiciones que les permiten afrontar las eventuales consecuencias de esa actitud y quienes lo hacemos aún sin contar con una red de seguridad que nos proteja de los riesgos emergentes de esa postura de resistencia, con diversas y complejas combinaciones y gradaciones intermedias entre unos y otros.
A su vez, entre quienes se sitúan en el campo propio del kirchnerismo también hay quienes están ahí por obtener beneficios personales y/o sectoriales a partir de esa pertenencia, otros que se identifican con la gestión de los gobiernos K con argumentos ideológico-políticos, quienes se asumen como prisioneros de ese campo debido a una atávica pertenencia a lo que consideran el “campo nacional y popular” o por sentir que ellos o quienes ellos representan no podrían afrontar las consecuencias derivadas de abandonar ese espacio. Por fin, hay ahí una mayoría compuesta por quienes perciben que a partir del 2003 y bajo los gobiernos K pudieron mejorar su situación de empleo, sus ingresos salariales o salir del pozo en el que habían caído en la crisis del 2001 y hoy pueden al menos sobrevivir, con combinatorias y gradaciones muy diferentes entre todos y cada uno de estos casos.
No queremos terminar sin decir que buena parte del pueblo argentino encuentra difícil asumir una decisión electoral no tanto por las virtudes o defectos del oficialismo, sino por los de la oposición. Pero, como anticipamos en el copete, ese es tema de una próxima nota.
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1) Un reciente estudio del Banco Mundial define como clase alta a quienes perciben un ingreso diario superior a los 13 dólares diarios, como clase media a quienes ganan entre 2 y 13 dólares diarios y como clase inferior a quienes cuentan con 2 o menos dólares por día. Conforme a esos parámetros y según ese estudio, en la Argentina la clase alta abarca al 31,6% de la población, la clase media al 56,9% y los pobres e indigentes al 11,5%.
2) Tal vez el personaje de la literatura universal que mejor ilustra acerca del carácter del extinto NK sea Shylock, el usurero judío que es el protagonista de El Mercader de Venecia de William Shakespeare.

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