domingo, 26 de junio de 2011

SÓLO FALTABA SERGIO

Fue inédito. Jamás en la historia política de la Argentina se registró un acto de autocracia más claro, evidente y hasta, diríamos, determinante del futuro. Expectantes, todos esperaban el dedo indicativo y soberbio de la Presidente, quien decidiría sobre el devenir de todos, de sus personas y de su trayectoria política. Nerviosos, se sonreían mutuamente y hablaban en voz alta pero no estridente, de temas vacuos que eludían la inquietud central que existía en el partido más numeroso y otrora más poderoso de la Argentina moderna. Ellos creían que lo representaban y lo mismo sucedía en numerosas oficinas donde los dirigentes comenzaban a preguntarse qué eran ellos. ¿Dirigentes...? ¿Representantes del complejo entramado que significa el poder dentro de una agrupación cuyos componentes del pasado ahora se enfrentaban entre ellos? Posiblemente fueron pocos o ninguno quienes reflexionaron acerca de esta curiosa crisis que los debilitaba. De eso estaban seguros. Si no transitaran por una situación de debilidad no dudarían que existía un Jefe incuestionado y querido y que éste era tan hábil como para hacer funcionar los distintos componentes y resortes legales que permitían cumplir con su voluntad. La mayoría lo recordaban, pero ni uno solo mencionó el nombre de Perón, del Teniente General Juan Domingo Perón, que fundó el partido que llevaba su nombre. Para colmo, esos componentes legales, que daban forma y vida al sistema, ahora estaban ausentes. Ni la CGT -la columna vertebral del Movimiento- estaba unida para tener una presencia monolítica en Olivos, y su máxima autoridad, el empresario y camionero, clamaba, rabioso, por poner a sus hombres en las listas. Los poderosos intendentes del conurbano, indispensables para llevar adelante la vida interna y controlar el comicio, no habían sido consultados y no simulaban su molestia. Los militares eran ajenos a la ceremonia y se los mantenía lejos en todo lo concerniente a las decisiones de gobierno. En síntesis y en su esencia, las relaciones con ellos no existían. Rotas, el problema forma parte de la crisis ampliada a toda la sociedad.
Afuera, un grupo de virtuales y jóvenes desconocidos vivaba a Cristina una y otra vez. Se identificaban como miembros de “La Cámpora”,el nombre que el General prácticamente había prohibido, por traidor contagiado de todo lo que él había combatido. “La Cámpora”, identificada como algo femenino y muy distinto a esa rama constitutiva del justicialismo. Adentro, los murmullos repetían nombres y desechaban otros que no serían agraciados. En voz muy baja, hacían apuestas que arriesgaban variantes de último momento y todos, ansiosos, esperaban la presencia de esa mujer desconocida años atrás, que había llegado desde el sur, fugada por subversiva desde La Plata y que, después, había heredado su cargo presidencial.
No resultaba fácil superar la angustia de la espera. Sabían que el gobernador de Buenos Aires, Scioli, un cargo que podía haberse vuelto poderoso e influir en la jugada política que se avecinaba, había sido doblegado. ¿Sabría el motonauta que se suicidó políticamente...? El Secretario General de la Presidencia, Carlos Zannini, era el dueño de la lapicera que colocaba en la mano de Cristina cuando había que firmar y resolver. En su mayoría, los concurrentes más viejos en estas lides sabían que dejaron de mandar y decidir. Nadie los consultaba y que eran otros, con ideas distintas o sencillamente sin ideas, los beneficiados en eso por lo habían luchado tanto y desde tan bajo: el ejercicio del poder. Cada vez más lejos, quedaban las negociaciones, los compromisos, las promesas y los acuerdos sustantivos de todo armado político. Ahora serían esos otros quienes harían esa tarea; otros, tal vez desconocidos, ya estudiaban las listas, concedían lugares y les abrían las puertas a los nuevos o a los segundones que transaban para figurar y subir.
En Olivos, el público que esperaba se ponía más y más nervioso. Para colmo, tenía que soportar a esas mujeres de pañuelo blanco que llevan sobre las espaldas el nombre de la corrupción que querían olvidar. En verdad, ninguno se consideraba un santo, pero... ¡tener que aguantarlas...! Ninguna había sido peronista o antiperonista y ahora se llamaban kirchneristas y, de vez en cuando, vivaban el nombre del General, pero ninguno ejercía la memoria, recordaba los símbolos o los sucesos del pasado.
Adentro de la casa, Cristina se daba los últimos toques al pelo y hablaba con Zannini sobre el acto que iba a comenzar. Era consciente de que se jugaba el todo por el todo y que debía frenar la caída. Tres meses para las elecciones era demasiado tiempo y no podía insistir con Moreno, hablar del modelo y asegurar que la desocupación había caído. ¿Hasta cuándo durarían los recursos para seguir con los subsidios...? Si se acababan, no vendrían los votos y ya era hora de tenerle miedo a quien aguardaba con paciencia en Lomas de Zamora. En fin... Su secretario la tranquilizaba. “A estos los mandamos con los hechos consumados, con las decisiones adoptadas y si te reclaman -no hoy, pero sí a partir de la semana que viene- porque no consultaste al Partido y no diste intervención a los organismos y al voto interno, te encogés de hombros y mostrás la foto de Néstor. No hay que dar ni un paso atrás... porque si aflojamos...”Los demás miraban y asentían. No había que repasar listas para retener nombres en el discurso. Sólo los principales. Con Boudou como vicepresidente compensaban el de Mariotto en Buenos Aires. Era verdad que había que contenerlo, pero él tenía razón. Había que controlar a los medios, a todos los medios, para imponerse, y mañana mismo habría que hacerlo para que no registraran las protestas de los descontentos. Una batería de publicidad acompañaría la alegría por el acierto demostrado por el dedo presidencial. ¿Denuncias ante la justicia? Sabían cómo arreglarlo. ¿Malestar entre los dirigentes intermedios...? ¡A tentarlos con atractivos! ¿Que no trabajarían en la campaña, que los intendentes se rebelarían, que los gobernadores ya concretaron o hicieron trascender su disgusto...? Bueno, ya se vería, pero antes que nada Buenos Aires estaba en la bolsa y con este movimiento impostergable se le habían adelantado a Duhalde... Tanto, que si esto salía bien podían empezar con la necesaria reforma de la Constitución para asegurarse el período siguiente. Había que comenzar antes de los comicios de octubre, para fortalecer las posibilidades y, si eso se lograba, nadie los movería nunca más. En eso, Verbitsky tenía razón y valía la pena arriesgarse...
Los comentarios se aceleraban nuevamente, pero Zannini se impuso. La miró a Cristina y ella respiró hondo. Dieron una orden y alguien se aprestó a poner el disco con la marchita. Se miraron entre ellos y sonrieron. Cristina, de pie, paseó su vista por el rostro de los elegidos y con paso decidido encabezó la salida hacia los que esperaban. Salieron y las “Madres”,bien instruidas, rompieron con los aplausos. Había comenzado el teatro...

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